martes, 4 de abril de 2023

20- BUSCAR A JESÚS RESUCITADO

 BUSCAR A JESÚS RESUCITADO 

Manuel Tenjo Cogollo

Email: manueltenjo@yahoo.com


Nos encontramos ante la experiencia de Jesús Resucitado, donde los discípulos buscan las señales de la presencia del Señor. La escena ocurre "el primer día de la semana" y en "el sepulcro" de Jesús, donde sólo encuentran testimonios del Resucitado.


Leamos Juan 20,1-9:

1 El primer día de la semana

     va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.

2 Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería

     y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»

3 Salieron Pedro y el otro discípulo,

     y se encaminaron al sepulcro.

4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro,

     y llegó primero al sepulcro.

5 Se inclinó y vio las vendas en el suelo;

     pero no entró.

6 Llega también Simón Pedro siguiéndole,

     entra en el sepulcro

     y ve las vendas en el suelo,

7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro;

     vio y creyó,

9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura       

     Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Descubrir al Resucitado. Primero aparece María Magdalena (Jn 20,1-2), quien descubre la tumba vacía, el amor se sorprende al descubrir que el esfuerzo realizado no cumple las expectativas (encontrar a un muerto) sino que las supera (la tumba está vacía), por eso habla con Pedro y el otro discípulo para dar una noticia poco agradable: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto." Todo carece de sentido... hasta el momento.

Después aparecen Pedro y el discípulo amado (Jn 20,3-10), quienes se encaminan con prisa hacia el sepulcro, más movidos por el corazón que por los pies. Quien más ama corre más rápido. El discípulo amado respeta la autoridad de Pedro, por eso no entra al sepulcro, espera la llegada y la iniciativa de Pedro. La mirada del discípulo amado supera la de María Magdalena y la de Pedro, porque descubre, el testimonio de la tumba vacía, la resurrección de Jesús, por eso "vio y creyó" (20,8), convirtiéndose en la clave del testimonio de la resurrección: ver y creer.

Como discípulos de Jesús, debemos amar intensamente al Maestro y buscar las señales de su presencia viva y resucitada.

El P. Fidel Oñoro[1] nos enseña que la experiencia pascual desata una dinámica de vida hecha de búsquedas y encuentros, de conversión y de fe, que se delinea con gran riqueza en los relatos pascuales de los evangelios.

En Juan 20,1-10, leemos hoy el pasaje que describe el sensacional descubrimiento de la tumba vacía por parte de María Magdalena y de los dos más autorizados discípulos de Jesús, desatándose así una serie de reacciones. El relato contiene elementos muy valiosos que nos ayudan a dinamizar nuestro propio camino pascual.

Esta vez vamos a hacer anotaciones breves sobre las frases más importantes del relato, como una invitación para saborear el texto entero.


1. María Magdalena descubre que la tumba está vacía, v.v. 1-2

Notemos los movimientos de María Magdalena:

·       María madruga: “Va de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (20,1).

Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por Jesús. El amor no da espera. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma. Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

María “corre” enseguida y va a informarle a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (20,2a).

Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

·         María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20,2b).

A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.

He aquí un ejemplo para emular en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).

 

2. Los dos discípulos corren a la tumba, v.v.3-10

A diferencia del relato que leíamos ayer en Lucas, según Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes, sino que toman en serio un anuncio (que tiene sujeto comunitario: “no sabemos”, v.2).

Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.

·         “Se encaminaron al sepulcro” (20,3)

La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17). Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).

·         “El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4)

El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama?

·         “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5)

El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

·         “Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (20,6-7).

Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7).

Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo. Por lo tanto, Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto por otros (ver 11,44). Las ataduras de la muerte han sido rotas por Jesús.

La tumba y las vendas vacías no son una prueba, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo, Pedro no comprende el signo.

·         “Entonces entró también el otro discípulo... vio y creyó” (20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (20,9)

El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús.

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, para él el orden que reinaba dentro de la tumba fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que no han visto y han creído” (v.29).

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22. Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús. Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad (ver también 1,26; 7,28; 8,14).

La asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar, diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante a partir de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (20,30-31).

 

3. En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo

En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos del Señor –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.

Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”.

¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua!



[1] http://www.homiletica.org/fidelonoro/fidelonoro0024.pdf

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